Roma es una bella dama engalanada de colores por el antiguo imperio y por las luces del atardecer. Sus puestas de sol son de color rosa y oro y bañan cada una de las proporcionadas cúpulas que perfilan el lienzo dibujado por las siete colinas que conforman la ciudad. A media tarde, el sonido de las gaviotas resuena a lo lejos, dulcemente, en la plaza de San Pedro y se entremezcla con las campanadas de su célebre basílica.
Lo mejor sin duda de Roma es perderse por sus calles recoletas y dejarse envolver por los más de 3.000 años de historia que hacen de esta ciudad un lugar tan especial que, al menos, debería ser visita obligatoria una vez en la vida. O, si se lanza una moneda de espaldas a la Fontana di Trevi, repetir visita y cumplir un deseo.
El melódico sonido del italiano se funde al pasear sin rumbo por sus calles, y al llegar a la plaza Navona con los deliciosos olores del espresso y del capuccino, que inundan el ambiente junto con los de los mejores platos de pasta, pizza y risotto que probablemente haya probado nunca. El punto culminante del viaje es, cómo no, el legendario Coliseo, única de las siete nuevas maravillas del mundo que se conserva en Europa y cuya calificación se merece sin duda muy justamente. El sol se pone lentamente sobre la bella dama, Roma que al revés se lee Amor, y deja paso a una luna casi llena que ilumina de nuevo este inigualable museo vivo que todavía hoy, miles de años después, sigue conservando su mágico encanto.
Vía 3viajesaldia