Ciudad del Cabo (Cape Town) es uno de esos lugares irresistibles para el viajero que, tras visitarla, no dudaría en quedarse a vivir. Ubicada entre el océano y la Montaña de la Mesa, la ciudad enamora por su ambiente cosmopolita y las distintas alternativas que ofrece al turismo: desde avistar pingüinos, ballenas o tiburones, hasta recorrer una zona de viñedos que no parece de este continente.
Todo el que la conoce, repite, o por lo menos se queda con las ganas. Naturaleza en mayúsculas es lo que nos aguarda en Ciudad del Cabo, y también mucho glamour. Los surafricanos pudientes que pueden elegir dónde vivir, la eligen a ella. Además, su bendito clima, la espectacularidad de sus paisajes y sus buenos precios hacen que por aquí se rueden cada año infinidad de películas, anuncios y producciones de moda, contribuyendo a darle a esta niña mimada de África un aire cosmpolita del que no pueden presumir tantas ciudades del mundo.
Ciudad del Cabo tiene una de las ubicaciones más redondas del planeta, encajonada entre el océano y los perfiles rasos de la Montaña de la Mesa, desde cuyas alturas llega a avistarse en los días despejados toda la Península del Cabo. Sin salir prácticamente de ésta, en un mismo día pueden verse las colonias de focas de Duiker Island y las de pingüinos de Boulders Beach, llegarse hasta la última esquina del Cabo de Buena Esperanza o hacer una degustación en las aristocráticas bodegas que erigieron los holandeses en el siglo XVIII, entre unos paisajes de viñedos tan inmaculados que parece inconcebible que también esto sea África.
Tres o cuatro días en un coche de alquiler sería lo mínimo para sacarle el jugo a su provincia, aunque por la noche conviene regresar a la ciudad para vivir su ambiente, sus restaurantes y locales tremendamente chic en los que resulta fácil jugar a ser rico, porque por muy cool que sea el lugar rara vez la factura será de esas que le indigestan a uno la cena. Además, aunque es cierto que los que frecuentan estos locales siguen siendo en su mayoría blancos, también hay negros entre los comensales; algo impensable hace apenas veinte años, cuando todavía el país vivía bajo el apartheid.
Vía Revista Viajar